Mostrando entradas con la etiqueta TOMISTA. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta TOMISTA. Mostrar todas las entradas

CLASE DE TOMISTA QUE FALTA 03/10/08

II UNIDAD
FACULTADES DEL ALMA

ENTENDIMIENTO: (CONCEPTO – JUICIO – RACIOCINIO) facultad espiritual por medio de la cual el ser humano aprehende la realidad ¿Por qué puede aprehender la realidad? Porque primero la capta con los sentidos externos e internos. Perciben la realidad los animales y el hombre. Como el hombre percibe al igual que los animales, lo que formamos de esa percepción se llama PERCEPTO, tanto el hombre como el animal; sin embargo, el hombre da un paso más, porque además del percepto puede formar conceptos

CONCEPTO:

¿Cómo el hombre forma conceptos? El hombre forma conceptos mediante el proceso de abstracción, por eso sólo el ser humano posee entendimiento, pues por medio de la ABSTRACCIÓN puede llegar a la esencia (aquello que cada cosa es) de la realidad. El proceso de abstracción consiste en una des materialización de la realidad; a partir de ellas el proceso de formación del concepto es:

1º PASO: percibir las características o cualidades de la realidad que en filosofía se llaman ACCIDENTES de la realidad.

2º PASO: se hace supresión de los accidentes por ABSTRACCIÓN a la ESENCIA.

3º PASO: se forma una imagen mental de esa realidad.

La imagen mental NO es una imagen material, es resultado de la facultad del entendimiento y se llama concepto, que sirve para establecer juicios y raciocinios; el CONCEPTO ES LA IMAGEN UNIVERSAL E INMATERIAL DE LA REALIDAD.

Ejemplos:
Conceptos de matemáticas: X, Z, Y
Conceptos en gramática: S = sujeto; P = predicado.

JUICIOS:

Posterior al concepto, se establecen JUICIOS. El juicio es un conjunto de palabras que establece NEXOS entre los conceptos.
Ejemplo, en gramática: “S es P”, es, el verbo es el nexo.

RACIOCINIOS:
Raciocinio es el GRUPO DE PROPOSICIONES O JUICIOS a partir del cual podemos INFERIR que existen dos tipos de inferencia, la INFERENCIA MEDIATA y la INFERENCIA INMEDIATA.

INFERENCIA MEDIATA: Implica que en los juicios o proposiciones que se van a llamar premisas, hay un término que se repite y se llama término medio; estructurándolo gradualmente:
Primera premisa: Sócrates es hombre
Segunda premisa: el hombre es mortal
Conclusión: Sócrates es mortal
El término medio es “hombre”, “Sócrates es mortal” es un juicio de inferencia mediata

INFERENCIA INMEDIATA: la razón concluye rápidamente sin término medio, su estructura lógica es:
“Si,………..entonces……………….” “si, el arancel de Dº aumenta, entonces nos cambiamos de u”
No hay término medio, la estructura lógica es condicional.
ACTITUDES DEL SUJETO ANTE EL CONOCIMIENTO

PRIMERA ACTITUD: la VERDAD, tiene dos opuestos, la FALSEDAD y la MENTIRA.
SEGUNDA ACTITUD: la CERTEZA, el opuesto es la DUDA.
TERCERA ACTITUD: la OPINIÓN, el opuesto es el FANATISMO y el RELATIVISMO.

LA VERDAD: se entiende como la adecuación entre el cognoscente y lo conocido; Santo Tomás, esta definición la toma de Isaac Ben Salomón.
Cognoscente: el que conoce, el hombre
Lo conocido: la realidad que se quiere conocer

La pregunta es ¿Cómo se produce la adecuación?
Adecuación: Se parte por la percepción. Del fuego la percepción quema, se abstrae, se concluye un concepto de fuego, el concepto de fuego no quema.

¿QUE ES FILOSOFÍA? DE GAMBRA

QUÉ ES FILOSOFÍA. INTRODUCCIÓN

En Historia Sencilla de la Filosofía, de Rafael Gambra. Ed. Rialp.
EL PENSAR FILOSÓFICO

El concepto de filosofía permanece aún hoy bastante oscuro para la generalidad de los hombres, para todos aquellos cuyos estudios no se aproximan al campo mismo de la filosofía. Por lo general evoca en ellos ideas muy dispares y confusas. La palabra filosofía sugiere, en primer lugar, la idea de algo arcano y misterioso, un saber mítico, un tanto impregnado de poesía, que hunde sus raíces en lo profundo de los tiempos, y es sólo propio de iniciados. Evoca, en segundo lugar, la idea de un arte de vivir reflexiva y pausadamente. Una serena valoración de las cosas y sucesos exteriores a nosotros mismos, que produce una especie de imperturbabilidad interior. Así, cuando se dice en el lenguaje vulgar: «Fulano es un filósofo», o bien «te tomas las cosas con filosofía». Sin duda, algo de verdad habrá en estos conceptos, como lo hay en todo, y como se encuentra siempre en las ideas de dominio vulgar. Ya decía Aristóteles en el libro 1 de su Metafísica que «el amigo de la filosofía lo es en cierta manera de los mitos, porque en el fondo de las cosas está siempre lo maravilloso» Y no es menos cierto que el poseer una coherente visión del Universo ha de producir en el ánimo del filósofo una serena beatitud, y, con ella, una independencia de las pasiones interiores y de la varia fortuna exterior, como pusieron de relieve los estoicos.

La filosofía es, sin embargo, la actividad más natural del hombre, y la actitud filosófica, la más propiamente humana. Imaginemos a u n hombre que salió de su casa y ha sufrido un accidente en la calle a consecuencia del cual perdió el conocimiento y fue trasladado a una clínica o a una casa inmediata. Cuando vuelve en sí se encuentra en un lugar que le es desconocido, en una situación cuyo origen no recuerda. ¿Cuál será su preocupación inmediata, la pregunta que enseguida se hará a sí mismo o a los que le rodean? No será, ciertamente, sobre la naturaleza o utilidad de los objetos que ve a su alrededor, ni sobre las medidas de la habitación o la orientación de su ventana. Su pregunta será una pregunta total: ¿qué es esto? O, mejor, una que englobe su propia situación: ¿dónde estoy?, ¿por qué he venido aquí?
Pues bien, la situación del hombre en este mundo es en un todo semejante. Venimos a la vida sin que se nos explique previamente qué es el lugar a dónde vamos ni cuál habrá de ser nuestro papel en la existencia.

Tampoco se nos pregunta si querernos o no nacer. Cierto que, como no nacemos en estado adulto sino que en la vida se va formando nuestra inteligencia; al mismo tiempo nos vamos acostumbrando a las cosas, a verlas como lo más natural e indigno de cualquier explicación. A los primeros e insistentes ¿por qué? de nuestra niñez responden nuestros padres como pueden, y el inmenso prestigio que poseen para nosotros de una parte, y la oscura convicción que tiene el niño de no estar en condiciones de llegar, a entenderlo todo, de otra, nos hacen aceptar fácilmente una visión del Universo que, en la mayor parte de los casos será definitiva e inconmovible.

Sin embargo, si adviniéramos, al mundo en estado adulto, nuestra perplejidad sería semejante a la del hombre que, perdido el conocimiento, amaneció en un lugar desconocido. Si este mundo que nos parece tan natural y normal fuera de un modo absolutamente distinto nos habituaríamos a él con no menor dificultad.

Llegada la inteligencia a su estado adulto suele, en algún momento al menos, colocarse en el punto de vista del no habituado, de su nesciencia profunda frente al mundo y a sí mismo. En ese instante está haciendo filosofía.

Muchos hombres ahogan en sí esa esencial perplejidad, ellos serán los menos dotados para la filosofía; otros la reconocen como la única actitud sincera y honesta y se entregan a ella. Éstos serán —profesionales o no— filósofos.

La filosofía, pues, lejos de ser algo oscuro y superfluo situado sobre la sencilla claridad de las ciencias particulares es el conocimiento que la razón humana reclama de modo inmediato y natural.
Para llegar a una más clara noción de lo que sea filosofía, tratemos de sentar y de comprender una definición de la misma. Aunque se han propuesto muchas definiciones de filosofía en l os diferentes sistemas filosóficos podemos atenernos a la definición clásica, en la que coinciden casi todos los filósofos; ella nos servirá después para delimitar qué es filosofía de lo que no lo es, en el seno de los posibles modos de conocimiento humano:

CIENCIA DE LA TOTALIDAD DE LAS COSAS POR SUS CAUSAS ÚLTIMAS, ADQUIRIDA POR LA LUZ DE LA RAZÓN

Ciencia: Muchos de nuestros conocimientos no son científicos. Así el conocimiento que los hombres siempre tuvieron de las fases lunares, de la caída de los cuerpos. Así el que tiene el navegante de la periodicidad de las mareas, etc. Estos son conocimientos de hechos, vulgares, no científicos. Pero quien conoce las fases de la Luna en razón de los movimientos de la Tierra y su satélite, la caída de los cuerpos por la gravedad, las mareas por la atracción lunar, conoce las cosas por sus causas, esto es, posee un conocimiento científico. Para hablar de ciencia, sin embargo, hay que añadir la nota (o característica) de conjunto ordenado armónico, sistemático, frente a la de conocimientos científicos aislados.

La filosofía es, ante todo, conocimiento por causas, esto es, no se trata de un mero conocimiento de hechos, ni tampoco de una explicación mágica —por relaciones no causales— de las cosas; y en forma coherente, unitaria, por oposición a cualquier fragmentarismo. Por ello Aristóteles definía a la ciencia—y a la filosofía, que para él se identifican— como «teoría de las causas y principios»

De la totalidad de las cosas: La filosofía no recorta un sector de la realidad para hacerlo objeto de su estudio. En esto se distingue de las ciencias particulares (la física, las matemáticas, las ciencias naturales), que acotan una clase de cosas y prescinden de todo lo demás.
Heidegger, un filósofo alemán existencialista, fallecido en 1976, empezaba uno de sus más memorables artículos destacando la angustia, la esencial insatisfacción que el hombre experimenta ante la delimitación que cada ciencia hace de su objeto propio: la física estudia el mundo de los cuerpos... y nada más; la biología; el mundo de los seres vivos y nada más. Y se pregunta ¿qué se hace de los demás?, ¿qué del todo como unidad? El hombre en el mundo, como el que, en nuestro ejemplo, despierta en aquel medio desconocido, no puede satisfacerse con explicaciones parciales sobre los diversos objetos que le rodean. De esta visión de totalidad sólo se hace cargo la filosofía, y en esto se distingue de cada una de las ciencias particulares.

Por sus razones más profundas. Cabría pensar, sin embargo, que, si de cada ciencia particular se diferencia la filosofía por la universalidad de su objeto, no se distinguirá, en cambio, del conjunto de las ciencias particulares, de lo que llamamos enciclopedia Si las ciencias particulares se reparten la realidad en sectores diversos, el conjunto de las ciencias estudiará la realidad entera. Por otra parte, si cada ciencia se hace cargo de un sector de la realidad y todos los sectores tienen su correspondiente ciencia, no quedaría ningún objeto posible para otro saber de carácter filosófico Para distinguir la filosofía de la enciclopedia debemos hacernos cargo antes de la distinción entre objeto material y objeto formal de una ciencia. Objeto material es aquello sobre lo que trata la ciencia. El objeto material de la enciclopedia (la totalidad de las cosas) coincide con el de la filosofía. Objeto formal es, en cambio, el punto de vista desde el que una ciencia estudia su objeto. Así la geología y l a geografía tienen un mismo objeto material (Geos, la Tierra), pero distinto objeto formal, pues mientras a la primer a le interesa la composición de las capas terrestres, la geografía estudia la configuración exterior de la Tierra; otro tanto sucede con la antropología, la psicología, la anatomía, la fisiología que estudian todas al hombre desde distintos puntos de vista.

Así, cada ciencia, y la enciclopedia como suma de ellas, estudia sus propios objetos por sus causas o razones inmediatas, propias e inmanentes a ese sector deja realidad. La filosofía, en cambio, estudia su objeto por las razones últimas o más universales. Cada ciencia parte de unos postulados o axiomas que no demuestra, y ateniéndose a ellos trata su objeto. La filosofía, en cambio, debe traspasar esos postulados científicos y llegar a una visión coherente del Universo por sus razones más profundas. Las cosas se explican fácilmente unas por otras, lo difícil es explicar que haya cosas. Este problema, radical, sobre la naturaleza de l ser y sobre su origen y sentido constituye el objeto formal de la filosofía, por el que se distingue del conjunto de las ciencias. La filosofía y la enciclopedia, en fin, se diferencian como la suma del todo: no se explica al hombre, por ejemplo, describiendo su hígado, su bazo, su pulmón, etc.
Adquirido por la luz de la razón. Cabría todavía confundir la filosofía con otra ciencia que trata también de la realidad universal por sus últimos principios, envolviendo la cuestión del origen y el sentido: la teología revelada o, más exactamente, el saber religioso. Distínguense sin embargo por el medio de adquirir ambos conocimientos, pues al paso que el saber religioso procede de la revelación y se adquiere por la fe, el saber filosófico ha de construirse con las solas luces de la razón. Al revelar Dios el contenido de la fe quiso que todo hombre tuviera el conocimiento necesario de su situación y de su fin para salvarse; pero este conocimiento, aunque para el creyente sea indudable, no constituye por sí una concepción del Universo, sino sólo los datos e hitos prácticos necesarios para la salvación, y no exime al hombre de la necesidad y del deseo de poseer una concepción racional de la realidad, porque, como dice Aristóteles: «es indigno del hombre no ir en busca de una ciencia a que puede aspirar».

La filosofía responde, pues, a la actitud más natural del hombre. En rigor, todo hombre posee, más o menos confusa mente, una filosofía. Piénsese, por ejemplo en la India, ese pueblo apático, indiferente ante la vida y la muerte, tan proclive a dejarse gobernar por extranjeros sólo por no tomarse el trabajo de hacerlo por sí misma en el fondo de su actitud ante la vida hay toda una concepción filosófica: ellos son panteístas, creen que el mundo es una gran unidad, de la que cada uno no somos más que una manifestación, y a la que todos hemos de volver. Ante este fatalismo que anula la personalidad, la consecuencia natural es el quietismo.
Los pueblos occidentales, en cambio, han sido siempre activos, emprendedores También les mueve una filosofía, que es en ellos colectiva: creen en la personalidad de cada uno como distinta de las cosas y de Dios y como perfectible por- su propio obrar. A semejanza de aquel que escribía en prosa sin saberlo, todo hombre es filósofo aunque no se dé cuenta.

En sus orígenes, filosofía era lo mismo que ciencia; filósofo, lo mismo que sabio o científico. Así, Aristóteles trata en su obra no sólo de esas remotas cuestiones que hoy se reservan los filósofos, sino también de física, de ciencias naturales... Fue más tarde, con el progreso del saber, cuando se fueron desprendiendo -del tronco común- las llamadas ciencias particulares. Cada una fue recortando un trozo de la realidad para hacerlo objeto de su estudio a la luz de sus propios principios Esto constituyó un proceso necesario por la misma limitación de la capacidad humana para saber. Hasta después del Renacimiento hubo todavía —excepcionalmente— algún sabio universal: hombres que poseían cuanto en su época se sabía. Descartes, por ejemplo, fue uno de ellos.

Quizá el último sabio de este estilo fuera Leibniz, un pensador de la escuela cartesiana que vivió en el siglo XVII - XVIII. Después nadie pudo poseer ya el caudal científico adquirido por el hombre, y hoy ni siquiera es ya posible con cada una de las ciencias particulares.

Sin embargo, por encima de esta inmensa y necesaria proliferación de ciencias independientes, subsiste la filosofía como tronco matriz, tratando de coordinar y dar sentido a todo ese complejísimo mundo del saber y planteándose siempre la eterna y radical pregunta sobre el ser y el sentido del Universo.


TOMISTA 14/11/08 gentileza de diego, deni y sergio

Temáticas del amor y la persona
Temática de la persona
• En el mundo griego → prospón = máscara
• En el mundo latino → personare = resonar (hacerse oír con fuerza)
Notas comunes acerca de la persona
1. Irrepetible
2. Singular
3. Nota de la apertura
4. Nota de la intimidad
Irrepetible
Cada persona es única, el hecho de ser único excluye la posibilidad de repetición en el ser de la persona, porque tenemos distintos factores que nos van configurando:
 Entorno familiar
 Entorno social
 Entorno educativo
 Aspecto axiológico recibido
Singular
Consiste en que el concepto persona, al desglosarlo, va a nombrar lo singular: per - se - una, es decir, por sí mismo uno.
Entonces, si cada persona es única (no hay clones) y cada una posee un ser para sí mismo - y considerando que existen millones de personas en el mundo- existe un solo gran “artista”, que es capaz de crear millones formas perfectas de vida, millones de caras, cuerpos y personalidades, y éste es Dios (jajaja).
Apertura
Sitúa a la persona como un ser excéntrico, es decir, como está fuera del centro, puede captar todo el mundo. Se dice que puede captar todo el mundo porque su estructura es bípeda, a diferencia de los animales.
Intimidad
Consiste en un interior que sólo cada persona conoce.
Definición de persona
Santo Tomás toma la definición de Boecio y dice que “la persona es una substancia individual de naturaleza racional”.
• Substancia : soporte, subyace
• Individual : que posee todas las notas comunes vistas anteriormente
• Naturaleza racional : hace referencia a aquellas facultades que distinguen a este
viviente de los otros cuerpos vivos.
La definición propia de Santo Tomás dice: “la persona es el subsistente distinto de naturaleza racional”.
La dignidad
Se entiende como aquel valor que tiene la persona por el hecho de ser tal. Esto consiste en que el trato que le vamos a aplicar a la persona, va a ser un trato que no discrimine, que no observe alguna conducta vejatoria; Implica tratarla siempre como un fin y nunca como un medio.
La observancia de este trato digno se traduciría en la inexistencia de la discriminación.
Temática del amor
El amor se define como “la complacencia en el bien”.
• Complacencia: estar o sentirse grato, pleno.
• Bien: aquello que yo conozco y apetezco como algo bueno, algo que me sacia.
¿Cómo uno ama?
A través del conocimiento, conociendo lo que amo (el bien).
Tipos de amor
Concepción griega
Esta concepción señala que existen cinco tipos de amor:
1. Filía
2. Eros
3. Ágape
4. Caritas
5. Estergo
Filía
Es el amor por algo espiritual o intelectual
 Intelectual : profesión, filosofía, psicología, sociología, antropología, etc.
 Espiritual : teología, religión.
Eros
Es el amor erótico, que necesita de los sentidos externos. Este amor tiene por finalidad la unión a nivel sexual.
Ágape
Es el amor-amistad, consiste en reunirse con otros para compartir (agasajo: beber y comer).
Caritas
Consiste en el amor a las personas sin distinción. Caritas es sinónimo de caridad, aunque puede ser entendido también como filantropía.
La diferencia entre caridad y filantropía, es que, a pesar de que ambas buscan hacer el bien:
a) En la caridad hay una estructura que es dual, un Yo y un Tú. El Yo tiene que tratar bien y servir al Tú, porque hay un tercero que me unifica con el otro y que me hace tratarlo como hermano, y ése tercero es Dios.
b) En la filantropía también se comienza con una estructura dual, pero el Yo trata bien al otro porque hay un tercero y ése es la Humanidad.
Estergo
Es el amor familiar, el amor parental.
Concepción Tomista
Santo Tomás señala que existen dos tipos de amor:
1. Amor sensitivo
2. Amor racional
Amor sensitivo
Es el acto del apetito sensible (pasión). Santo Tomás señala que por la pasión nos vamos a dirigir a un bien que resulta apetecible, es decir, atractivo para los sentidos. Además de esto, señala que este amor lo compartimos con los animales.
Amor racional
Es el amor exclusivo del hombre, con el cual se conoce racionalmente lo amado y por eso va más allá de la apropiación física. El amor racional se divide en:
1) Amor concupiscencia
2) Amor benevolencia
3) Amor amistad
Amor concupiscencia
Se acentúa en el amante. Consiste en que desea el amante un bien no poseído porque es bueno para él mismo, por tanto hay una referencia egocéntrica hacia el amante.
Amor benevolencia
Se acentúa en el amado, por tanto se va a querer el bien del amado, esto implica incluso dejarlo ir.
Amor amistad
Lo divide en tres: utilidad, benevolencia y deleite.
Utilidad
Consiste en que una de las partes quiera obtener un beneficio de la otra.
Benevolencia
Es un tipo de amor honesto, donde en la relación dual nos vamos a centrar en lo amado.
Deleite
Consiste en que la relación recíproca se basa en disfrutar determinadas circunstancias (como en el ágape).
Próxima clase: 2da prueba solemne
Última clase: pruebas de la existencia de Dios

TOMISTA 17/01/08 gentileza de sergio, diego y cecilia

LA VOLUNTAD

La voluntad es aquella facultad por la cual se quiere algo que la inteligencia ha presentado como bueno, por tanto este querer, es un querer consiente del sujeto.

Ente Cognoscente El Hombre
Ente No Cognoscente El Animal

NO COGNOSCENTE
ESTE SE DICE QUE APETECE, TIENE UN APETITO NATURAL, COMO APETITO NATURAL, EL ANIMAL TIENDE A UN BIEN QUE LE ES PROPIO.
EJ. EL LOBO, TIENDE A CAZAR UN OVEJA.
EN EL ENTE NO COGNOSCENTE, EL BIEN PROPIO SE VINCULA CON LA TEMÁTICA DE LOS INSTINTOS Y LOS SENTIDOS.

COGNOSCENTE
TAMBIÉN TIENE EL APETITO NATURAL, UTILIZANDO LOS SENTIDOS, PERO ADEMÁS TIENE EL APETITO ELÍCITO.
APETITO ELÍCITO: APETECER EN FORMA CONSCIENTE, O SEA UTILIZA LA FACULTAD RACIONAL

En el ente no cognoscente, el apetito recibe el nombre de “Apetito Sensitivo”
En el ente cognoscente, el apetito recibe el nombre de “Apetito Racional”


El Acto de los Apetitos

El acto del apetito sensitivo, se va a llamar Pasión.
El acto del apetito racional, se va a llamar Volición (voluntad)
Cada uno va a apetecer, algo como BUENO.

Santo Tomás, define la Voluntad, como “una inclinación”, y esa inclinación se sigue, porque el sujeto aprehende algo como un bien, es decir, algo como “lo bueno”.


BIEN

1er tipo de bien: “EL BIEN TRASCENDENTAL”
2do tipo de bien: “EL BIEN NATURAL”
3er tipo de bien: “EL BIEN MORAL”

1.- Bien Trascendental: Consiste en que todo lo que existe tiene una perfección que algún sujeto pueda apetecer.
2.- Bien Natural: La realidad es buena, en razón del ente con el cual se vincula.
Ej. Lobo ------ Oveja ------- Comerla

3.- Bien Moral: Se encuentra en las acciones que realizan los sujetos en forma libre, en forma voluntaria. Esta acción es propia del hombre.


PROCESOS DE LA VOLUNTAD

Hay 2 propiedades:
- La intelectualidad
- La libertad

1. La Intelectualidad: La voluntad se inclina por lo que se le presenta como bueno, a través del entendimiento.
2. La Libertad: Es una facultad racional, y consiste en que el sujeto se mueve por si mismo, hace lo bueno que le presenta el entendimiento, por tanto en este moverse no hay determinación del sujeto ante la acción.

TIPOS DE LIBERTAD

1. La Libertad Exterior: Lo bueno a lo cual se tiende hace referencia a una realidad concreta, material.
2. Libertad Interior: Se divide en, Libre Albedrío y Libertad Moral.
i. Libre Albedrío: Elegir entre distintas alternativas de acción.
ii. Libertad Moral: Cada volición que uno realice, tiene asumir por ella una responsabilidad. (sanción)




ALMA

HUMANO = CUERPO + ALMA

Aristóteles habla de las teorías HYLEMORPHICA, que es lo que explica de que manera cuerpo y alma se unen y forman un todo.

HYLE / MORPHICA
materia / forma

Aristóteles explica esta teoría en un hecho corriente, en el trabajo de los artesanos, específicamente en el hacer de un escultor, a Aristóteles se el ocurre que va esculpir en un trozo de mármol, que sería la materia, y a ese trozo, habría que darle una forma, que puede ser una estatua de un hombre, animal, vegetal, etc., entonces el escultor, sobre la materia (mármol) aplica una determinada forma, entonces Aristóteles señalan que el hombre está compuesto de esta materia y forma.

Santo Tomás, tomó esta teoría y señala que el escultor es Díos, el crea sobre la materia que es el cuerpo y este cuerpo lo va a unir con una forma, que va a ser el alma.
Esa Alma va a ser el primer motor, un principio vital, va a ser aquello que atribuye vida a un cuerpo viviente y se va a unir a una materia. Cuando el alma se una a una materia, está en todo el cuerpo y en cada parte de él.

Santo Tomás. ¿De dónde viene el Alma?

El Alma puede provenir de un acto de división, es decir, hay un cuerpo previo y ese cuerpo se va dividiendo y llegamos a un centro, el Alma. (el alma no tiene división)

¿ Se podrá transmitir el alma?
No, el alma no se puede transmitir.

Según el aspecto teológico, es decir, Dios por un acto voluntario y divino creó el Alma.

Santo Tomás, ¿El Alma se puede imaginar?

No, porque el alma es solamente forma, por tanto, no se puede ver, ni captar sensiblemente, Por tanto, el alma sólo es un concepto, es decir la vamos a conocer a través de las características de los vivientes.
Santo Tomás, señala que el alma no se puede imaginar, pues no se puede captar sensiblemente. Se habla de “alma”, porque sabemos que es un motor de los cuerpos vivientes. Según Aristóteles, este motor no es necesario para la existencia, si no se puede imaginar. Santo Tomás, decía que el alma se puede conocer mediante un proceso abstractivo, a partir de las características de los vivientes.

Características del Alma, según Santo Tomás.

1. INMATERIAL: No posee materia, porque es forma. Esta inmaterialidad hace referencia a que el alma, no se genera, no se transmite y no se imagina, es decir no tiene partes.
2. SUBSISTENTE: Porque ello es soporte del cuerpo, dando origen a los cuerpos vivientes en sus tres grados de vida; vegetal, animal y racional.
3. INMORTAL: Santo Tomás, aquí se apoya en el principio de “No Contradicción”, que dice que nada puede ser y no ser a la vez, y bajo este respecto, el alma es un principio de vida, por tanto no muere.

El conocimiento del alma es un conocimiento esencial y existencial, el existencial puede ser actual o habitual.

- Esencial: Lo que es el alma, forma, principio de vida, motor de los vivientes.
- Existencial habitual: Las tres características del alma. (inmaterial, subsistente, inmortal)
- Existencial actual: Hace referencia a los tipos de vida. (vegetal, animal, racional).

el mito de la caverna

clase de filosofía tomista 10/10/08

La adecuación se produce entre el cognoscente y lo conocido. Se usan los sentidos externos; se dejan de lado los accidentes, llegando al concepto, allí se produjo la adecuación mental, la aprehensión inmaterial de la realidad.

La verdad definida como adecuación entre el cognoscente y lo conocido requiere en primer lugar de la captación de los sentidos externos, a continuación, el conocimiento del H logra aprehender de forma intencional una realidad inmaterial porque abstrae de ella los accidentes de la misma, formando un concepto imagen o idea.

LOS OPUESTOS FALSEDAD Y MENTIRA: se puede mentir porque se conoce la verdad y el falso no conoce la verdad. La falsedad es el opuesto a la verdad, por medio de la cual se actúa de forma prepotente porque el sujeto cree estar en posesión de la verdad, pero está equivocado. La mentira es opuesta a la verdad o poseyendo una parcela de ella, el sujeto la oculta a sabiendas. Se pueden dar en el mismo sujeto.

LA CERTEZA: es un fuerte convencimiento de que lo que se cree es cierto, es un acto de fe fuera de lo teológico.

LA DUDA: es lo opuesto de la certeza y en ella el sujeto no sabe a que atenerse porque existen distintas posibilidades.

LA OPINIÓN: es el tercer nivel y básico de la actitud del sujeto frente al conocimiento y consiste en la actitud de una persona que cree que el tema que está tratando tiene distintas respuestas y reconoce por lo tanto que estas respuestas la ubican en una parcela mínima de la verdad.

EL FANATISMO: El fanático sostiene que todo lo que dice que es solamente una opinión, puede transformarse en verdad, por tanto, algo que es opinable el lo transforma en definitivo.

EL RELATIVISMO: cuando algo es objetivamente verdad uno lo transforma en opinable. Hay ciertos preceptos con los cuales para poder vivir en forma pacífica se tienen que seguir, actitudes probas e ímprobas.

Son actitudes improbas el robar, mentir, matar, etc.
El relativismo moral cabe dentro de la siguiente idea: como efectivamente hay verdades que son objetivas, si cada vez el sujeto adecua sus necesidades, apetencias o satisfacción a lo que le conviene porque efectivamente para el es algo bueno, cae en el relativismo moral, es decir, el sujeto va a crear sus propios valores, de cada sujeto.

Se entiende por valores aquellas cualidades trascendentes que están presentes en todas las cosas. Si todas las cosas tienen una cualidad trascendente, son buenas porque “tienden”. El relativismo moral sostiene que el sujeto le atribuye un valor propio que se puede justificar.

Ejemplo:

La alfalfa es buena para las vacas
La alfalfa tiene un valor bueno para las vacas
La alfalfa ¿es buena para el H?, NO.
La alfalfa ¿es buena para mí?
Sip, entonces tiene un valor relativo.

Espiniak: ¿era buena la orina para el?

El riesgo del relativismo es caer en el relativismo moral, donde cada sujeto va atribuir valores propios a un bien y a ese bien va a tender, de esta manera, no habría un parámetro objetivo de lo que es bueno o malo pues cada sujeto crearía sus propios valores.

TIPOS DE VERDAD

Dos tipos (Aranguren): VERDAD TEÓRICA (dividida en VERDAD POSITIVA y VERDAD SAPIENCIAL) y VERDAD PRÁCTICA (dividida en ARTE y PRUDENCIA).

VERDAD POSITIVA: se trabaja con el dato empírico, hay un proceso de diseño, de evaluación, constatación, es la aplicación del método científico.

VERDAD SAPIENCIAL: Excluye el método científico y se basa en la formulación de cuestionamientos, por lo tanto hay más preguntas que respuestas, se entra en un diálogo con esa realidad y este diálogo consiste en un “leer dentro” de la realidad “intus legere”, que se llama inteligencia.
Son ejemplos de disciplina de verdad sapiencial la teología, la metafísica, la filosofía; luego, por partícula “logía”, la sociología, antropología, cosmología.

VERDAD PRÁCTICA: se divide en arte y prudencia.

ARTE: es aquella verdad práctica que involucra a todos los saberes técnicos; el resultado de este saber va a ser algo externo, material.

PRUDENCIA: consiste en un actuar del sujeto cuyo resultado también es externo, pero este no es material, sino un actuar en razón de la ocasión cuando sea meritorio actuar, hacer lo adecuado en el momento propicio.

El camino de la filosofía es el descrito en el mito de la caverna (ve video mito de la caverna)

Al fondo de la caverna viven los seres humanos que son esclavos encadenados a una realidad material aparente y de sombras. El filósofo se libera y trata de desvelar la realidad aparente en que se vive. Al salir de la caverna se topa con el sol que es el mundo de las ideas, es decir, alcanza la verdad. Se devuelve para contar lo visto y en ese intento se le va la vida, al igual que a Sócrates, que por transformarse en el espejo de su sociedad, le hicieron beber cicuta.







TRABAJO INDIVIDUAL

07 Y 14 DE NOVIEMBRE

TEMÁTICA: LA FELICIDAD

1ª PÁGINA: UNIVERSIDAD, NOMBRE COMPLETO, CARRERA

2ª PÁGINA: CONCEPTO DE FELICIDAD, PLATÓN, ARISTÓTELES, SANTO TOMÁS

3ª PÁGINA:

• NOTAS COMUNES DE FELICIDAD:

a) NECESIDAD DE GENTE CON QUIEN COMPARTIRLA
b) NECESIDAD DE GENTE QUE COMPARTA LOS MISMOS IDEALES
c) ESTADO DE PAZ INTERIOR
d) VIVIR VIDA ALEJADO DEL MAL

• DAR UN EJEMPLO QUE ENCIERRE LAS CUATRO NOTAS COMUNES

4ª PÁGINA

• TIEMPOS DE LA FELICIDAD

a) PASADO, EJEMPLO
b) PRESENTE, EJEMPLO
c) FUTURO, EJEMPLO

5ª PÁGINA

• FELICIDAD Y TIPOS DE VIDA

a) VIDA VOLUPTUOSA
b) VIDA ACTIVA
c) VIDA CONTEMPLATIVA

• EMITIR UN JUICIO CRÍTICO ELIGIENDO UN TIPO DE VIDA

TODO EN MAPA CONCEPTUAL

EXPONER, ENTREGAR TRABAJO

PREGUNTAS DE LA PROFESORA

JAVIER ARANGUREN “ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA”, CAPÍTULO FINAL

SYLLABUS “LA FELICIDAD”


felicidad 05 material intranet para trabajo de tomista

FELICIDAD: TIPOS DE VIDA

¿ES ADECUADA LE ENUMERACIÓN DE LAS BIENAVENTURANZAS?

TOMÁS DE AQUINO, SUMA TEOLÓGICA, I-IIA, Q. 69, A. 4.

Respondo: La enumeración de las bienaventuranzas está hecha del modo más conveniente. Para poder verlo hay que considerar que algunos señalaron una triple bienaventuranza, pues unos cifraron la bienaventuranza en la vida voluptuosa; otros, en la vida activa; y otros, finalmente, en la vida contemplativa.

Pero estas tres bienaventuranzas guardan diversa relación con la bienaventuranza futura, cuya esperanza nos hace aquí dichosos. Pues la felicidad voluptuosa, por ser falsa y contraria a la razón, es impedimento de la bienaventuranza futura. En cambio, la felicidad de la vida activa dispone para la bienaventuranza futura. Y la felicidad contemplativa, si es perfecta, constituye esencialmente la misma bienaventuranza futura; y, si es imperfecta, es cierta incoación de la misma.

Por eso el Señor puso en primer lugar ciertas bienaventuranzas que apartan lo que es el obstáculo de la felicidad voluptuosa. Pues la vida voluptuosa consiste en dos cosas. Primera, en la abundancia de bienes exteriores, bien sean riquezas, bien sean honores. De ellos se retrae el hombre por la virtud, usando moderadamente de ellos, y de modo más excelente por el don, que le inclina a despreciarlos totalmente.

De ahí que se ponga como primera bienaventuranza: Bienaventurados los pobres de espíritu, lo cual puede referirse o al desprecio de las riquezas o al desprecio de los honores, que realiza la humildad. La segunda cosa en que consiste la vida voluptuosa es seguir las propias pasiones, tanto del apetito irascible como del apetito concupiscible. Del seguimiento de las pasiones del apetito irascible retrae al hombre la virtud, para que no se exceda en ellas, según la regla de la razón; y de modo aún más excelente lo hace el don, hasta el punto de lograr plena tranquilidad en conformidad con la voluntad divina. De ahí que se ponga como segunda bienaventuranza: Bienaventurados los mansos. Y del seguimiento de las pasiones del apetito concupiscible retrae la virtud, haciendo usar moderadamente de ellas, y el don, renunciando a ellas totalmente si fuere necesario, e incluso optando, si fuese necesario, por el llanto voluntario. De ahí que se ponga como tercera bienaventuranza: Bienaventurados los que lloran.

La vida activa consiste principalmente en dar cosas a los demás, sea como debidas o como beneficio espontáneo. A lo primero nos dispone la virtud para que no rehusemos dar al prójimo lo que le debemos, lo cual pertenece a la justicia. Mas el don nos mueve a eso mismo con un afecto más abundante, de modo que cumplamos las obras de justicia con ferviente deseo, al modo como el hambriento y el sediento apetecen con ferviente deseo la comida y la bebida. De ahí que se ponga como cuarta bienaventuranza: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. En cuanto a las donaciones espontáneas, la virtud nos perfecciona para que demos cosas a aquellos a quienes nos dicta la razón que debemos darlas, como a los amigos y otras personas allegadas, lo cual pertenece a la virtud de la liberalidad; pero el don, por la reverencia a Dios, no se fija más que en la necesidad de aquellos a quienes hace beneficios gratuitos. De ahí que se diga en Lc 14,12-13: Cuando hagas una comida o una cena, no llames a tus amigos ni a tus hermanos, etc., sino llama a los pobres y débiles, etcétera, lo cual es propiamente tener misericordia. Por eso se pone como quinta bienaventuranza: Bienaventurados los misericordiosos.

Las cosas pertenecientes a la vida contemplativa, o son la misma bienaventuranza final o algún comienzo de ella. Por eso no se ponen en las bienaventuranzas como méritos, sino como premios. Pero se ponen como méritos los efectos de la vida activa con los cuales se dispone el hombre para la vida contemplativa. Ahora bien, entre los efectos de la vida activa, en cuanto a las virtudes y dones que perfeccionan al hombre en sí mismo, está la pureza de corazón, de modo que la mente del hombre no se manche con las pasiones. De ahí que se ponga como sexta bienaventuranza: Bienaventurados los limpios de corazón y en cuanto a las virtudes y dones que perfeccionan al hombre en relación con el prójimo, el efecto de la vida activa es la paz, según aquello de Is 32,17: La paz será obra de la justicia. De ahí que se ponga como séptima bienaventuranza: Bienaventurados los pacíficos.

felicidad 04 material intranet para trabajo de tomista

AGUSTÍN DE HIPONA, SOBRE LA TRINIDAD. LIBRO XIII


CAPITULO V

LAS DOS CONDICIONES DE LA FELICIDAD

8. ¿Podemos quizá salir de este aprieto recordando que cada uno pone la felicidad de la vida en aquello que le causa mayor placer: en el deleite, Epicuro, Zenón en la virtud, otros en mil diversos objetos, de suerte que solo vive feliz el que vive a placer, y, por consiguiente, es cierto que todos quieren vivir felices, pues todos desean vivir conforme a su agrado? Si esto se proclama ante la muchedumbre que llenaba el teatro, todos habrían encontrado esto en el fondo de sus quereres.

Cicerón se propone esta misma dificultad, y su respuesta hace sonrojar a los que piensan así:

Dice: «He aquí, exclaman, no los verdaderos filósofos, sino los charlatanes, disputadores eternos, todos los que viven según su querer son felices». A esto llamamos nosotros vivir según el agrado.

Luego añade: “Esto es ciertamente un error. Querer lo que no conviene es gran miseria; y es menor desgracia no conseguir lo que ansías que pretender alcanzar lo que no conviene». Sentencia preclara y en extremo verídica. ¿Quién hay tan obtuso de inteligencia y tan ajeno a la luz de la belleza, envuelto en el embozo de su infamia, que llame feliz al que vive conforme a su antojo, aunque viva en el crimen y en la deshonra, sin que nadie se lo prohíba, castigue o reprenda, antes bien encontrando muchedumbre de aduladores, pues como dice la Escritura divina: El malvado es alabado en los deseos de su alma, y el que obra iniquidad aplaudido, y pone en práctica sus degradantes y criminales deseos; cuando, aunque fuera mísero, lo sería en menor grado si no pudiera' conseguir lo que contra razón pretendía? Cierto, un solo querer torcido hace desgraciado al hombre, mas el poder ejecutar el deseo de una voluntad contaminada lo hace aún más miserable.

En consecuencia, puesto que en verdad todos los hombres desean, ser felices y lo ansían con un amor apasionado y, en la felicidad ponen el fin de sus apetencias, y nadie puede amarlo que en su esencia o en su cualidad ignora, y no es posible desconocer la esencia de lo que se ama, síguese que todos conocen la vida feliz. Todos los bienaventurados poseen. Lo que quieren, aunque no todos los que poseen lo que quieren son felices: al contrario, son unos pobretes todos los que no tienen lo que desean o poseen lo que no quieren rectamente. Sólo es feliz el que posee todo lo que desea y no desea nada malo.

felicidad 03 material intranet para trabajo de tomista

VOLUNTAD Y FELICIDAD

“EL PRINCIPITO Y EL GUARDAVÍAS”
CAPÍTULO XXII

—¡Buenos días! —dijo el principito.
—¡Buenos días! —respondió el guardavías.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó el principito.
—Formo con los viajeros paquetes de mil y despacho los trenes que los llevan, ya a la derecha, ya a la izquierda.

Y un tren rápido iluminado, rugiendo como el trueno, hizo temblar la caseta del guardavías.
—Tienen mucha prisa —dijo el principito—. ¿Qué buscan?
—Ni siquiera el conductor de la locomotora lo sabe —dijo el guardavías.
Un segundo rápido iluminado rugió en sentido inverso.
—¿Ya vuelve? —preguntó el principito.
—No son los mismos —contestó el guardavías—. Es un cambio.
—¿No se sentían contentos donde estaban?
—Nunca se siente uno contento donde está —respondió el guardavías.
Y rugió el trueno de un tercer rápido iluminado.
—¿Van persiguiendo a los primeros viajeros? —preguntó el principito.
—No persiguen absolutamente nada —le dijo el guardavías—; duermen o bostezan allí dentro.
Únicamente los niños aplastan su nariz contra los vidrios.
—Únicamente los niños saben lo que buscan —dijo el principito. Pierden el tiempo con una muñeca
de trapo que viene a ser lo más importante para ellos y si se la quitan, lloran...
—¡Qué suerte tienen! —dijo el guardavías.

SANTO TOMÁS DE AQUINO: “CONOCIMIENTO, AMOR Y FELICIDAD”
SUMA TEOLÓGICA, I-II, Q. 1, A. 7:

“El fin último puede considerarse de dos modos: uno, refiriéndonos a lo esencial del fin último; y otro, a aquello en lo que se encuentra este fin. Pues bien, en el primer caso, todos coinciden en desear el fin último, porque todos desean alcanzar su propia perfección, y esto es lo esencial del fin último, como ya se dijo (a.5). Pero en cuanto a aquello en lo que se encuentra el fin último no coinciden todos los hombres, pues unos desean las riquezas como bien perfecto, otros los placeres, y otros cualquier otra cosa. Del mismo modo que lo dulce es agradable a todos los gustos, pero unos prefieren la dulzura del vino, otros la de la miel, otros la de cualquier otra cosa. Sin embargo, se debe considerar propiamente como dulzura más agradable la que satisface al gusto más refinado. De igual modo se debe considerar como bien más perfecto el deseado como fin último por quien tiene el afecto bien dispuesto.”


“EL PRINCIPITO Y EL REY”
CAPÍTULO X

“Se encontraba en la región de los asteroides 325, 326, 327, 328, 329 y 330. Para ocuparse en algo e instruirse al mismo tiempo decidió visitarlos.

El primero estaba habitado por un rey. El rey, vestido de púrpura y armiño, estaba sentado sobre un trono muy sencillo y, sin embargo, majestuoso.

—¡Ah, —exclamó el rey al divisar al principito—, aquí tenemos un súbdito!
El principito se preguntó:
"¿Cómo es posible que me reconozca si nunca me ha visto?"

Ignoraba que para los reyes el mundo está muy simplificado. Todos los hombres son súbditos.
—Aproxímate para que te vea mejor —le dijo el rey, que estaba orgulloso de ser por fin el rey de alguien. El principito buscó donde sentarse, pero el planeta estaba ocupado totalmente por el magnífico manto de armiño. Se quedó, pues, de pie, pero como estaba cansado, bostezó.
—La etiqueta no permite bostezar en presencia del rey —le dijo el monarca—. Te lo prohíbo.
—No he podido evitarlo —respondió el principito muy confuso—, he hecho un viaje muy largo y apenas he dormido...
—Entonces —le dijo el rey— te ordeno que bosteces. Hace años que no veo bostezar a nadie. Los bostezos son para mí algo curioso. ¡Vamos, bosteza otra vez, te lo ordeno!
—Me da vergüenza... ya no tengo ganas... —dijo el principito enrojeciendo.
—¡Hum, hum! —respondió el rey—. ¡Bueno! Te ordeno tan pronto que bosteces y que no bosteces...

Tartamudeaba un poco y parecía vejado, pues el rey daba gran importancia a que su autoridad fuese respetada. Era un monarca absoluto, pero como era muy bueno, daba siempre órdenes razonables.

Si yo ordenara —decía frecuentemente—, si yo ordenara a un general que se transformara en ave marina y el general no me obedeciese, la culpa no sería del general, sino mía".
—¿Puedo sentarme? —preguntó tímidamente el principito.
—Te ordeno sentarte —le respondió el rey—, recogiendo majestuosamente un faldón de su manto de armiño.

El principito estaba sorprendido. Aquel planeta era tan pequeño que no se explicaba sobre quién podría reinar aquel rey.
—Señor —le dijo—, perdóneme si le pregunto...
—Te ordeno que me preguntes —se apresuró a decir el rey.
—Señor. . . ¿sobre qué ejerce su poder?
—Sobre todo —contestó el rey con gran ingenuidad.
—¿Sobre todo?
El rey, con un gesto sencillo, señaló su planeta, los otros planetas y las estrellas.
—¿Sobre todo eso? —volvió a preguntar el principito.
—Sobre todo eso. . . —respondió el rey.
No era sólo un monarca absoluto, era, además, un monarca universal.
—¿Y las estrellas le obedecen?
—¡Naturalmente! —le dijo el rey—. Y obedecen en seguida, pues yo no tolero la indisciplina.
Un poder semejante dejó maravillado al principito. Si él disfrutara de un poder de tal naturaleza, hubiese podido asistir en el mismo día, no a cuarenta y tres, sino a setenta y dos, a cien, o incluso a doscientas puestas de sol, sin tener necesidad de arrastrar su silla. Y como se sentía un poco triste al recordar su pequeño planeta abandonado, se atrevió a solicitar una gracia al rey:

—Me gustaría ver una puesta de sol... Déme ese gusto... Ordénele al sol que se ponga...
—Si yo le diera a un general la orden de volar de flor en flor como una mariposa, o de escribir una tragedia, o de transformarse en ave marina y el general no ejecutase la orden recibida ¿de quién sería la culpa, mía o de él?
—La culpa sería de usted —le dijo el principito con firmeza.
—Exactamente. Sólo hay que pedir a cada uno, lo que cada uno puede dar —continuó el rey. La autoridad se apoya antes que nada en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, el pueblo hará la revolución. Yo tengo derecho a exigir obediencia, porque mis órdenes son razonables.
—¿Entonces mi puesta de sol? —recordó el principito, que jamás olvidaba su pregunta una vez que la había formulado.
—Tendrás tu puesta de sol. La exigiré. Pero, según me dicta mi ciencia gobernante, esperaré que las condiciones sean favorables.
—¿Y cuándo será eso?
—¡Ejem, ejem! —le respondió el rey, consultando previamente un enorme calendario—, ¡ejem, ejem! será hacia... hacia... será hacia las siete cuarenta. Ya verás cómo se me obedece.
El principito bostezó. Lamentaba su puesta de sol frustrada y además se estaba aburriendo ya un poco.
—Ya no tengo nada que hacer aquí —le dijo al rey—. Me voy.
—No partas —le respondió el rey que se sentía muy orgulloso de tener un súbdito—, no te vayas y te hago ministro.
—¿Ministro de qué?
—¡De... de justicia!
—¡Pero si aquí no hay nadie a quien juzgar!
—Eso no se sabe —le dijo el rey—. Nunca he recorrido todo mi reino. Estoy muy viejo y el caminar me cansa. Y como no hay sitio para una carroza...
—¡Oh! Pero yo ya he visto. . . —dijo el principito que se inclinó para echar una ojeada al otro lado del planeta—. Allá abajo no hay nadie tampoco. .
—Te juzgarás a ti mismo —le respondió el rey—. Es lo más difícil. Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo, que juzgar a los otros. Si consigues juzgarte rectamente es que eres un verdadero sabio.
—Yo puedo juzgarme a mí mismo en cualquier parte y no tengo necesidad de vivir aquí.
—¡Ejem, ejem! Creo —dijo el rey— que en alguna parte del planeta vive una rata vieja; yo la oigo por la noche. Tú podrás juzgar a esta rata vieja. La condenarás a muerte de vez en cuando. Su vida dependería de tu justicia y la indultarás en cada juicio para conservarla, ya que no hay más que una.

—A mí no me gusta condenar a muerte a nadie —dijo el principito—. Creo que me voy a marchar.
—No —dijo el rey.
Pero el principito, que habiendo terminado ya sus preparativos no quiso disgustar al viejo monarca, dijo:
—Si Vuestra Majestad deseara ser obedecido puntualmente, podría dar una orden razonable. Podría ordenarme, por ejemplo, partir antes de un minuto. Me parece que las condiciones son favorables...
Como el rey no respondiera nada, el principito vaciló primero y con un suspiro emprendió la marcha.
—¡Te nombro mi embajador! —se apresuró a gritar el rey. Tenía un aspecto de gran autoridad.
"Las personas mayores son muy extrañas", se decía el principito para sí mismo durante el viaje.

SANTO TOMÁS DE AQUINO: “LA FELICIDAD Y EL PODER”
SUMA TEOLÓGICA, I-II, Q. 2 A. 4:

“Es imposible que la felicidad consista en el poder, por dos razones. La primera, porque el poder tiene razón de principio, mientras que la felicidad la tiene d e fin último . La segunda, porque el poder vale indistintamente para el bien y para el mal; en cambio, la felicidad es el bien propio y perfecto del hombre. En consecuencia, puede haber algo de felicidad en el ejercicio del poder, más propiamente que en el poder mismo, si se desempeña virtuosamente”.

“EL PRINCIPITO Y EL VANIDOSO”
CAPÍTULO XI

El segundo planeta estaba habitado por un vanidoso:

—¡Ah! ¡Ah! ¡Un admirador viene a visitarme! —Gritó el vanidoso al divisar a lo lejos al principito.
Para los vanidosos todos los demás hombres son admiradores.
—¡Buenos días! —dijo el principito—. ¡Qué sombrero tan raro tiene!
—Es para saludar a los que me aclaman —respondió el vanidoso. Desgraciadamente nunca pasa nadie por aquí.
—¿Ah, sí? —preguntó sin comprender el principito.
—Golpea tus manos una contra otra —le aconsejó el vanidoso.

El principito aplaudió y el vanidoso le saludó modestamente levantando el sombrero.

"Esto parece más divertido que la visita al rey", se dijo para sí el principito, que continuó aplaudiendo mientras el vanidoso volvía a saludarle quitándose el sombrero.
A los cinco minutos el principito se cansó con la monotonía de aquel juego.
—¿Qué hay que hacer para que el sombrero se caiga? —preguntó el principito.
Pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos sólo oyen las alabanzas.
—¿Tú me admiras mucho, verdad? —preguntó el vanidoso al principito.
—¿Qué significa admirar?
—Admirar significa reconocer que yo soy el hombre más bello, el mejor vestido, el más rico y el más inteligente del planeta.
—¡Si tú estás solo en tu planeta!
—¡Hazme ese favor, admírame de todas maneras!
—¡Bueno! Te admiro —dijo el principito encogiéndose de hombros—, pero ¿para qué te sirve?
Y el principito se marchó.
"Decididamente, las personas mayores son muy extrañas", se decía para sí el principito durante su viaje.

SANTO TOMÁS DE AQUINO: “LA FELICIDAD Y EL HONOR”
SUMA TEOLÓGICA, I-II, Q. 2, A. 2:

“Es imposible que la felicidad consista en el honor, pues se le tributa a alguien por motivo de la excelencia que éste posee, y así el honor es como signo o testimonio de la excelencia que hay en el honrado.”

SUMA TEOLÓGICA, I-II, Q. 2, A. 3, AD3:

“La fama no tiene estabilidad, es más, la destruye fácilmente un rumor falso. Si alguna vez permanece estable es por accidente. Pero la felicidad tiene estabilidad por sí misma y siempre”.

“EL PRINCIPITO Y EL HOMBRE DE NEGOCIOS”
CAPÍTULO XIII

El cuarto planeta estaba ocupado por un hombre de negocios. Este hombre estaba tan abstraído que ni siquiera levantó la cabeza a la llegada del principito.

—¡Buenos días! —le dijo éste—. Su cigarro se ha apagado.
—Tres y dos cinco. Cinco y siete doce. Doce y tres quince. ¡Buenos días! Quince y siete veintidós.

Veintidós y seis veintiocho. No tengo tiempo de encenderlo. Veintiocho y tres treinta y uno. ¡Uf! Esto suma quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno.

—¿Quinientos millones de qué?
—¿Eh? ¿Estás ahí todavía? Quinientos millones de... ya no sé... ¡He trabajado tanto! ¡Yo soy un
hombre serio y no me entretengo en tonterías! Dos y cinco siete...
—¿Quinientos millones de qué? —volvió a preguntar el principito, que nunca en su vida había renunciado a una pregunta una vez que la había formulado.

El hombre de negocios levantó la cabeza:
—Desde hace cincuenta y cuatro años que habito este planeta, sólo me han molestado tres veces. La primera, hace veintidós años, fue por un abejorro que había caído aquí de Dios sabe dónde. Hacía un ruido insoportable y me hizo cometer cuatro errores en una suma. La segunda vez por una crisis de reumatismo, hace once años. Yo no hago ningún ejercicio, pues no tengo tiempo de callejear. Soy un hombre serio. Y la tercera vez... ¡la tercera vez es ésta! Decía, pues, quinientos un millones...

—¿Millones de qué?
El hombre de negocios comprendió que no tenía ninguna esperanza de que lo dejaran en paz.
—Millones de esas pequeñas cosas que algunas veces se ven en el cielo.
—¿Moscas?
—¡No, cositas que brillan!
—¿Abejas?
—No. Unas cositas doradas que hacen desvariar a los holgazanes. ¡Yo soy un hombre serio y no tengo tiempo de desvariar!
—¡Ah! ¿Estrellas?
—Eso es. Estrellas.
—¿Y qué haces tú con quinientos millones de estrellas?
—Quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno. Yo soy un hombre serio y exacto.
—¿Y qué haces con esas estrellas? —¿Que qué hago con ellas?
—Sí.
—Nada. Las poseo.
—¿Que las estrellas son tuyas?
—Sí.
—Yo he visto un rey que...
—Los reyes no poseen nada... Reinan. Es muy diferente.
—¿Y de qué te sirve poseer las estrellas?
—Me sirve para ser rico.
—¿Y de qué te sirve ser rico?
—Me sirve para comprar más estrellas si alguien las descubre.
"Este, se dijo a sí mismo el principito, razona poco más o menos como mi borracho".
No obstante le siguió preguntando:
—¿Y cómo es posible poseer estrellas?
—¿De quién son las estrellas? —contestó punzante el hombre de negocios.
—No sé. . . De nadie.
—Entonces son mías, puesto que he sido el primero a quien se le ha ocurrido la idea.
—¿Y eso basta?
—Naturalmente. Si te encuentras un diamante que nadie reclama, el diamante es tuyo. Si encontraras una isla que a nadie pertenece, la isla es tuya. Si eres el primero en tener una idea y la haces patentar, nadie puede aprovecharla: es tuya. Las estrellas son mías, puesto que nadie, antes que yo, ha pensado en poseerlas.
—Eso es verdad —dijo el principito— ¿y qué haces con ellas?
—Las administro. Las cuento y las recuento una y otra vez —contestó el hombre de negocios—. Es algo difícil. ¡Pero yo soy un hombre serio!
El principito no quedó del todo satisfecho.
—Si yo tengo una bufanda, puedo ponérmela al cuello y llevármela. Si soy dueño de una flor, puedo cortarla y llevármela también. ¡Pero tú no puedes llevarte las estrellas!
—Pero puedo colocarlas en un banco.
—¿Qué quiere decir eso?
—Quiere decir que escribo en un papel el número de estrellas que tengo y guardo bajo llave en un cajón ese papel.
—¿Y eso es todo?
—¡Es suficiente!

"Es divertido", pensó el principito. "Es incluso bastante poético. Pero no es muy serio".
El principito tenía sobre las cosas serias ideas muy diferentes de las ideas de las personas mayores.

—Yo —dijo aún— tengo una flor a la que riego todos los días; poseo tres volcanes a los que deshollino todas las semanas, pues también me ocupo del que está extinguido; nunca se sabe lo que puede ocurrir. Es útil, pues, para mis volcanes y para mi flor que yo las posea. Pero tú, tú no eres nada útil para las estrellas...

El hombre de negocios abrió la boca, pero no encontró respuesta.
El principito abandonó aquel planeta.

"Las personas mayores, decididamente, son extraordinarias", se decía a sí mismo con sencillez durante el viaje.

SANTO TOMÁS DE AQUINO: “EL DESEO INFINITO DE LAS RIQUEZAS”
SUMA TEOLÓGICA, I-II, Q.30, A. 4:

“El deseo es doble: uno natural y otro no natural. El deseo natural no puede ser infinito en acto, pues es de aquello que requiere la naturaleza, y la naturaleza siempre tiende hacia algo finito y cierto. Por eso el hombre nunca desea alimento in finito o bebida infinita… Puede ser infinita sucesivamente, es decir, de manera que, después de conseguir alimento, otra vez desee alimento o cualquier otra cosa que requiere la naturaleza, porque semejantes bienes corporales, cuando se obtienen, no duran para siempre, sino que se acaban.
Pero el deseo no natural es absolutamente infinito. Porque sigue a la razón y compete a la razón proceder hasta el infinito. Por eso quien desea riquezas puede desearlas no hasta un límite determinado, sino ser rico absolutamente, tanto como pueda… Quienes ponen el fin en las riquezas tienen deseo de ellas hasta el infinito, mientras quienes las desean a causa de las necesidades de la vida, las desean limitadas, suficientes para cubrir tales necesidades”.

“EL PRINCIPITO Y EL FAROLERO”
CAPÍTULO XIV

El quinto planeta era muy curioso. Era el más pequeño de todos, pues apenas cabían en él un farol y el farolero que lo habitaba. El principito no lograba explicarse para qué servirían allí, en el cielo, en un planeta sin casas y sin población un farol y un farolero. Sin embargo, se dijo a sí mismo:
"Este hombre, quizás, es absurdo. Sin embargo, es menos absurdo que el rey, el vanidoso, el hombre de negocios y el bebedor. Su trabajo, al menos, tiene sentido. Cuando enciende su farol, es igual que si hiciera nacer una estrella más o una flor y cuando lo apaga hace dormir a la flor o a la estrella. Es una ocupación muy bonita y por ser bonita es verdaderamente útil".
Cuando llegó al planeta saludó respetuosamente al farolero:
—¡Buenos días! ¿Por qué acabas de apagar tu farol?
—Es la consigna —respondió el farolero—. ¡Buenos días!
—¿Y qué es la consigna?
—Apagar mi farol. ¡Buenas noches! Y encendió el farol.
—¿Y por qué acabas de volver a encenderlo?
—Es la consigna.
—No lo comprendo —dijo el principito.
—No hay nada que comprender —dijo el farolero—. La consigna es la consigna. ¡Buenos días!
Y apagó su farol.
Luego se enjugó la frente con un pañuelo de cuadros rojos.
—Mi trabajo es algo terrible. En otros tiempos era razonable; apagaba el farol por la mañana y lo encendía por la tarde. Tenía el resto del día para reposar y el resto de la noche para dormir.
—¿Y luego cambiaron la consigna?
—Ese es el drama, que la consigna no ha cambiado —dijo el farolero—. El planeta gira cada vez más de prisa de año en año y la consigna sigue siendo la misma.
—¿Y entonces? —dijo el principito.
—Como el planeta da ahora una vuelta completa cada minuto, yo no tengo un segundo de reposo. Enciendo y apago una vez por minuto.
—¡Eso es raro! ¡Los días sólo duran en tu tierra un minuto!
—Esto no tiene nada de divertido —dijo el farolero—. Hace ya un mes que tú y yo estamos hablando.
—¿Un mes?
—Sí, treinta minutos. ¡Treinta días! ¡Buenas noches!
Y volvió a encender su farol.
El principito lo miró y le gustó este farolero que tan fielmente cumplía la consigna. Recordó las puestas de sol que en otro tiempo iba a buscar arrastrando su silla. Quiso ayudarle a su amigo.
—¿Sabes? Yo conozco un medio para que descanses cuando quieras...
—Yo quiero descansar siempre —dijo el farolero.
Se puede ser a la vez fiel y perezoso.
El principito prosiguió:
—Tu planeta es tan pequeño que puedes darle la vuelta en tres zancadas. No tienes que hacer más que caminar muy lentamente para quedar siempre al sol. Cuando quieras descansar, caminarás... y el día durará tanto tiempo cuanto quieras.
—Con eso no adelanto gran cosa —dijo el farolero—, lo que a mí me gusta en la vida es dormir.
—No es una suerte —dijo el principito.
—No, no es una suerte —replicó el farolero—. ¡Buenos días!
Y apagó su farol.
Mientras el principito proseguía su viaje, se iba diciendo para sí: "Este sería despreciado por los otros, por el rey, por el vanidoso, por el bebedor, por el hombre de negocios. Y, sin embargo, es el único que no me parece ridículo, quizás porque se ocupa de otra cosa y no de sí mismo. Lanzó un suspiro de pena y continuó diciéndose:
"Es el único de quien pude haberme hecho amigo. Pero su planeta es demasiado pequeño y no hay lugar para dos... "
Lo que el principito no se atrevía a confesarse, era que la causa por la cual lamentaba no quedarse en este bendito planeta se debía a las mil cuatrocientas cuarenta puestas de sol que podría disfrutar cada veinticuatro horas.

SANTO TOMÁS DE AQUINO: “TRABAJO, OBEDIENCIA Y CONTEMPLACIÓN”
SUMA TEOLÓGICA, II-II, Q. 104, A. 2, AD3:

“Cuando lo que se nos manda de ningún modo nos agrada por sí mismo, sino que en sí considerado se opone a nuestra propia voluntad, como ocurre con lo enojoso, entonces es del todo evidente que no lo cumplimos por otra causa sino porque está mandado”.

SUMA TEOLÓGICA, II-II, Q. 182, A. 1, AD 2 Y AD3:

“La vida contemplativa consiste en cierta libertad del espíritu… De donde se sigue que la vida activa no impera sobre la contemplativa directamente, sino que, disponiendo para la vida contemplativa… sirve a la vida contemplativa en lugar de mandar sobre ella. Esto es lo que dice San Gregorio: la vida activa se llama servidumbre; la contemplativa, libertad…
A veces alguien tiene que dedicarse a la vida activa, suspendiendo la contemplativa por alguna necesidad de la vida presente, pero no de forma que se vea obligado a abandonarla totalmente”.

“EL PRINCIPITO Y EL GEÓGRAFO”
CAPÍTULO XV

El sexto planeta era diez veces más grande. Estaba habitado por un anciano que escribía grandes libros.
—¡Anda, un explorador! —exclamó cuando divisó al principito.
Este se sentó sobre la mesa y reposó un poco. ¡Había viajado ya tanto!
—¿De dónde vienes tú? —le preguntó el anciano.
—¿Qué libro es ese tan grande? —preguntó a su vez el principito—. ¿Qué hace usted aquí?
—Soy geógrafo —dijo el anciano.
—¿Y qué es un geógrafo?
—Es un sabio que sabe donde están los mares, los ríos, las ciudades, las montañas y los desiertos.
—Eso es muy interesante —dijo el principito—. ¡Y es un verdadero oficio!
Dirigió una mirada a su alrededor sobre el planeta del geógrafo; nunca había visto un planeta tan majestuoso.
—Es muy hermoso su planeta. ¿Hay océanos aquí?
—No puedo saberlo —dijo el geógrafo.
—¡Ah! (El principito se sintió decepcionado). ¿Y montañas?
—No puedo saberlo —repitió el geógrafo.
—¿Y ciudades, ríos y desiertos?
—Tampoco puedo saberlo.
—¡Pero usted es geógrafo!
—Exactamente —dijo el geógrafo—, pero no soy explorador, ni tengo exploradores que me informen.
El geógrafo no puede estar de acá para allá contando las ciudades, los ríos, las montañas, los océanos y los desiertos; es demasiado importante para deambular por ahí. Se queda en su despacho y allí recibe a los exploradores. Les interroga y toma nota de sus informes. Si los informes de alguno de ellos le parecen interesantes, manda hacer una investigación sobre la moralidad del explorador.
—¿Para qué?
—Un explorador que mintiera sería una catástrofe para los libros de geografía. Y también lo sería un explorador que bebiera demasiado.
—¿Por qué? —preguntó el principito.
—Porque los borrachos ven doble y el geógrafo pondría dos montañas donde sólo habría una.
—Conozco a alguien —dijo el principito—, que sería un mal explorador.
—Es posible. Cuando se está convencido de que la moralidad del explorador es buena, se hace una investigación sobre su descubrimiento.
—¿ Se va a ver?
—No, eso sería demasiado complicado. Se exige al explorador que suministre pruebas. Por ejemplo, si se trata del descubrimiento de una gran montaña, se le pide que traiga grandes piedras.
Súbitamente el geógrafo se sintió emocionado:
—Pero... ¡tú vienes de muy lejos! ¡Tú eres un explorador! Vas a describirme tu planeta.
Y el geógrafo abriendo su registro afiló su lápiz. Los relatos de los exploradores se escriben primero con lápiz. Se espera que el explorador presente sus pruebas para pasarlos a tinta.
—¿Y bien? —interrogó el geógrafo.
—¡Oh! Mi tierra —dijo el principito— no es interesante, todo es muy pequeño. Tengo tres volcanes,
dos en actividad y uno extinguido; pero nunca se sabe...
—No, nunca se sabe —dijo el geógrafo.
—Tengo también una flor.
—De las flores no tomamos nota.
—¿Por qué? ¡Son lo más bonito!
—Porque las flores son efímeras.
—¿Qué significa "efímera"?
—Las geografías —dijo el geógrafo— son los libros más preciados e interesantes; nunca pasan de moda. Es muy raro que una montaña cambie de sitio o que un océano quede sin agua. Los geógrafos escribimos sobre cosas eternas.
—Pero los volcanes extinguidos pueden despertarse —interrumpió el principito—. ¿Qué significa "efímera"?
—Que los volcanes estén o no en actividad es igual para nosotros. Lo interesante es la montaña que nunca cambia.
—Pero, ¿qué significa "efímera"? —repitió el principito que en su vida había renunciado a una pregunta una vez formulada.
—Significa que está amenazado de próxima desaparición.
— ¿Mi flor está amenazada de desaparecer próximamente?
—Indudablemente.
"Mi flor as efímera —se dijo el principito— y no tiene más que cuatro espinas para defenderse contra el mundo. ¡Y la he dejado allá sola en mi casa!" Por primera vez se arrepintió de haber dejado su planeta, pero bien pronto recobró su valor.
— ¿Qué me aconseja usted que visite ahora? —preguntó.
—La Tierra —le contestó el geógrafo—. Tiene muy buena reputación...
Y el principito partió pensando en su flor.

SANTO TOMÁS DE AQUINO: “CONOCIMIENTO, AMOR Y FELICIDAD”
SUMA TEOLÓGICA, I-II, Q. 27, A. 2, AD2:

“Para la perfección del conocimiento se requiere que el hombre conozca singularmente todo lo que hay en la cosa, como sus partes, cualidades y propiedades. El amor, en cambio… mira la cosa como es en sí; por lo cual basta para la perfección del amor que se ame la cosa tal como se la capta en sí misma. De aquí proviene el que a una cosa más se la ame que se la conozca; porque puede ser amada por completo aunque no se la conozca bien (como pasa en las ciencias…).”

SUMA TEOLÓGICA, I-II, Q. 3, A. 6:

“La felicidad última del hombre, que es su perfección última, no puede consistir en el conocimiento de las cosas sensibles… Luego, la felicidad última del hombre no puede estar en el conocimiento científico”.

felicidad 02 material intranet para trabajo de tomista

LA FELICIDAD

- Ningún amante renuncia a las penas del amor.

- Cierto - dijo Piers con voz ronca-. Cierto...

- Pero, el hombre ama tantas cosas... -siguió Tomás-. La riqueza... O el poder. O una mujer... Ahora bien, sea lo que sea ese deseo, tome la firma que tome, ¿qué es lo que busca el hombre?

- La felicidad -repuso Piers tras una breve vacilación.

- Sí, claro, la felicidad, pero ¿qué es la felicidad?

- No lo sé... Mejor dicho, sé lo que sería para mí.

- Luego hay algo que deseas más que cualquier otra cosa.

- Sí. Pero nunca lo poseeré.

- Y si lo poseyeras, ¿serías feliz?

- Sí, desde luego, pero...

- Pero, ¿si lo poseyeras y temieras que alguien te lo podía arrebatar otra vez?

- Supongo que me sentiría desgraciado... O, al menos, no del todo feliz...

- Tendrás, pues que admitir, que la felicidad es la posesión del bien deseado, sea el que sea, sin temor alguno a que alguien nos lo arrebate.

- Sí, supongo que sí....

- Lo malo es que en esta vida no sólo tenemos el temor sino la certeza de que lo perderemos. Porque todos hemos de morir. Por eso, la verdadera felicidad, la duradera, la imperecedera, no se puede dar aquí. Es imposible. Porque la felicidad imperecedera es otra manera de llamar a Dios.”



(Extracto de Louis de Wohl, La luz apacible; p. 277-8)

felicidad 01 material intranet para trabajo de tomista

LA FELICIDAD COMO ANHELO NATURAL DEL HOMBRE

“Puesto que cada uno apetece su propia perfección, uno apetece como fin último aquello que apetece como bien perfecto y completivo de sí mismo. Por eso dice San Agustín: ‘Llamamos ahora fin de un bien, no a lo que se consume para no ser, sino a lo que se perfecciona para ser plenamente’. Es menester, por tanto, que el fin último colme de tal manera todo el apetito del hombre, que no le quede nada que apetecer fuera de él”. Summa Theol., 1-2, q.1, a.5.
Por el término ‘felicidad’ no se entiende otra cosa sino el bien perfecto de la naturaleza intelectual”. Summa Theol., 1, q.26, a.1

Preguntas centrales:

1. ¿Qué motiva al hombre a actuar?
2. ¿Qué es lo que se persigue en último término con cada acción que se realiza?
3. ¿Consiste la felicidad en algo distinto para cada hombre o existe un contenido objetivo para determinar lo que es?

Respuestas centrales:
1. En todo acto se persigue un bien. Siempre que se actúa es porque se busca la consecución de algo que se percibe como bueno, o que comportará alguna perfección deseada.
2. Es propio del hombre obrar buscando un bien, pero todos los bienes se ordenan a otros según su perfección. Es necesario que exista en él la tendencia hacia un bien o último o supremo, que ordene toda la vida del hombre y dé sentido a toda búsqueda de bien.
3. Existe un criterio objetivo para determinar la felicidad: la perfección y plenitud de la naturaleza humana. Este tiene su centro en la dimensión espiritual del hombre y se da propiamente en la contemplación del Bien Supremo.

Desarrollo del contenido:
1. El hombre se mueve a sí mismo siempre en la búsqueda de un fin.
El hombre tiende a distintos bienes. Así, el hombre apetece comer, descansar, vestirse de una determinada forma, hacer ejercicios, divertirse, se relaciona con personas, trabaja, ama y posterga sus intereses por los de otros. Pero estos bienes que persigue no tienen un mismo valor. Unos se ordenan a otros, pues algunos se quieren únicamente en vista de conseguir otro bien, que se quiere por sí mismo. Así ocurre, por ejemplo, con la salud. Uno se cuida, se alimenta de cierta manera o evita hacer algunas cosas para conservar la salud. Y desde esta perspectiva, la salud opera a modo de fin: es el objetivo que se quiere alcanzar, y que es lo que se tiene presente cuando se realizan las otras cosas, que son medios para conseguir dicho fin. Pero, a su vez, la salud no se quiere únicamente por sí misma, si no que se quiere el bien de la salud para estar más dispuesto a hacer otras cosas que signifiquen un bien mayor: con salud se trabaja mejor, se goza más de las alegrías de la vida, se dispone la persona al estudio, etc. Desde esta perspectiva entonces, la salud es un fin intermedio, que aunque se persigue bajo razón de fin, funciona más bien cómo un medio apetecible que se ordena a la consecución de otro bien más importante.
Los principios o la causa primera de cualquier acto son los fines en razón de los cuales se obra: el fin es “lo primero en el entendimiento y lo último en su consecución”. Por esto, los medios no se desean por sí mismos y de ahí su nombre: son lo que “media” entre el agente que obra y el fin que éste persigue. Y si la voluntad, a través del entendimiento, tiende a la consecución de algún medio, es siempre por causa del fin, como en el caso del dinero, que siempre se quiere en vistas de adquirir algún bien, o en el caso de una herramienta que se desea para arreglar algo. Por eso, sin fin no hay medios que se puedan querer. Como explica Santo Tomás, a un médico en tanto que es médico sólo se lo quiere porque es causa o medio de recuperar la salud; pero uno puede querer recuperar ésta pero no desear la asistencia de un médico. Sin un fin no hay operación, por eso deben preexistir los fines para que puedan realizarse las obras.

2. La felicidad es la razón de todas las acciones humanas.
En cada acción consciente, la persona humana siempre busca un determinado fin u objetivo.
Pero debe decirse más: todos los fines que el ser humano persigue, sean los que sean, deben ordenarse necesariamente hacia un único fin, que tiene por tanto carácter de último. ¿Qué es el fin último? Aquella finalidad más profunda de nuestras acciones, que es motivo de hacer todo lo que hacemos en la vida, y más allá de la cual ya no se busca otra cosa (es, por tanto, ‘último’). Este fin, por lo tanto, debe buscarse por sí mismo y nunca como ‘medio’ para otra cosa, pues entonces no sería “último”. De no existir un fin último por el cual obrar, se seguiría una cadena infinita de fines que no terminaría nunca, y así también nunca nos podríamos decidir a hacer nada. Ese fin último es lo que llamamos ‘felicidad’. De manera que la felicidad o fin último debe consistir en la perfecta posesión de un bien querido por sí mismo, fuera del cual nada más se necesita. Este bien debe recibir el nombre de “Bien Supremo”, pues allá de él no se puede buscar ningún otro fin. Este bien supremo, entonces, sería aquel bien que, luego de su consecución satisficiera al hombre del todo y no se necesitara ya ningún otro bien para hacernos felices. El bien supremo, por tanto, debe consistir en una cierta plenitud en el bien, pero no en cualquier bien, sino que en el bien supremo.
Lo que mueve a los hombres a actuar o a seguir viviendo es la esperanza de alcanzar la felicidad.
Al principio de la “Ética a Nicómaco”, Aristóteles comenta que todas las personas están de acuerdo en que lo que quieren para su vida es que les vaya bien o, en otras palabras, ser felices. Pero que no existe consenso acerca de qué sea o en qué consista la felicidad que todos los hombres desean alcanzar. Para abordar este tema es necesario resolver tres problemas o preguntas. La primera consiste en averiguar qué es la felicidad y, consecuentemente con esto, si ésta consiste en lo mismo para todas las personas por igual o si varía según cada quién o si cambia según cada cultura o momento de la historia determinado. El segundo problema a resolver consiste en averiguar si es que es posible conseguir esa plenitud en el bien en esta vida.
Respecto de lo primero, sabemos que todos los seres humanos buscan invariablemente la felicidad, pero seguidamente se comprueba que existen muchas formas de concebirla, dada las distintas formas de vida que tiene cada persona o la amplia variedad que tiene la idea de felicidad según las culturas y los pueblos. No obstante, dichas concepciones tienen siempre algunas notas en común. Por ejemplo, dada la naturaleza social del hombre, no se puede concebir la felicidad sin gente con quien compartirla, o con quienes se comparta un mismo ideal de felicidad. También es común que cualquier idea de felicidad incluya un estado de paz y goce interior, o la percepción de que con la vida se está haciendo lo correcto. Pero más allá de tratar de buscar las similitudes que existen entre las distintas formas de entender la felicidad, hay un hecho que es más importante aún, y que es absolutamente idéntico en todos los hombres: existe una sola naturaleza humana igual para todos. Vemos ciertamente que todos los animales de una misma especie se comportan de un mismo modo. No depende de cada perro en particular la elección de cómo comportarse y cómo dirigirse hacia su fin último, que es conservar la especie. Aún más, las plantas lo mismo que los animales buscan en último término conservar la especie, según lo atestigua la biología. Santo Tomás recuerda que “toda naturaleza busca su perfección”.
Pero el hombre también tiene una naturaleza o esencia. La prueba de ello es que, por muy distintas que sean dos personas de continentes lejanos y que pertenezcan a distintas culturas, a ambos los llamamos “seres humanos”. Parecería entonces extraño que haya entre los hombres tantas ideas disímiles respecto de qué sea la felicidad. La respuesta es que el hombre por naturaleza es libre. Como se verá en sesiones siguientes, por la libertad el hombre no se comporta como “programado de antemano” para hacer los mismos actos, sino que se determina desde sí mismo. Por eso es que tiene mayor automovimiento, como se vio en sesiones anteriores. El hombre, entonces, desea naturalmente su perfección, al igual que todos los otros seres del cosmos, pero precisamente porque pertenece a su naturaleza ser libre, es que busca su perfección libremente. Y así como un animal no puede “decidir” no tener como fin último preservar la especie, el hombre, por su naturaleza, no puede no buscar su felicidad o plenitud, con la diferencia que la busca de modo libre.
Esta felicidad como es fácil atestiguarlo en la experiencia cotidiana, consiste en algo mucho más profundo que tan solo preservar la especie. En síntesis, es menester que el fin último de la vida humana consista en lo mismo para todas las personas de todos los lugares y de todos los tiempos.
Dado que el hombre no se dio a sí mismo su naturaleza, el contenido de la felicidad no puede variar según las personas, pues todas las personas, en tanto que son hombres, tienen la misma naturaleza.
Si la felicidad es aquello que satisface los anhelos de la naturaleza humana, y ya que todos los hombres tenemos una misma naturaleza, entonces el ‘bien supremo’ que da la felicidad absoluta debe ser el mismo para todas las personas. La felicidad, aunque se la busque de modo personal y pueda darse a través de muchas vías distintas, debe consistir en la plenitud del hombre en cuanto que es hombre. En cuanto que se pertenece al género humano, el bien supremo ha de consistir en lo mismo para todos; pero en cuanto que se es una persona en concreto y que tiene carácter libre, ese bien supremo objetivo se busca por caminos distintos y personales. La tendencia humana hacia el bien supremo es la misma e igual para todos en la medida en que la naturaleza humana no depende de lo que el hombre mismo quiera que esta sea, puesto que le fue dada. Esto no puede ser objeto de elección por parte del hombre, pero sí puede ser objeto de elección el modo a través del cual conducimos nuestra vida hacia ese fin último naturalmente dado y que, por tanto, es naturalmente anhelado.

3. Naturaleza del Bien Supremo.
Queda dilucidar el contenido objetivo del Bien Supremo. Si el bien tiene razón de fin, y el fin como lo definimos anteriormente es lo primero en el entendimiento y lo último en su consecución, la pregunta por el Bien Supremo va relacionada con la pregunta acerca de las motivaciones. ¿Qué motiva al hombre a obrar? En un sentido absoluto, la felicidad. Pero ¿qué tipo de bienes motivan al hombre a obrar? En principio, muchas cosas diferentes y de diversa índole, desde conseguir alimento para sobrevivir, hasta el amor a la familia, pasando por la búsqueda de honores y de placeres. Pero la pregunta precisa es, más bien ¿qué tipo de bien o bienes motiva en último término los actos humanos? Esta pregunta tiene ya relación con el fin último del hombre, con aquel fin que, por ser último, tiene el carácter de rector de toda la vida humana.
Hasta aquí, se podrían encontrar tantas respuestas como personas existan y han existido. Y desde esta perspectiva, el contenido de aquel bien supremo sería relativo y dependería del parecer de cada persona. Pero como ya vimos, el hombre tiene una naturaleza específica y común para todos los hombres. Entonces, la pregunta acerca de qué sea la felicidad o en qué consista el bien supremo, no puede ir separada de la pregunta de carácter filosófico realmente importante: Qué es el ser humano. Y de la respuesta que se le dé a este cuestionamiento depende la respuesta acerca de la felicidad humana, pues según lo que sea el ser humano, puedo saber, seguidamente, en qué consiste la plenitud o felicidad del ser humano. No se puede contestar la pregunta acerca de la felicidad humana sin que se tenga, al menos implícitamente, una idea del ser humano. Y como todas las personas anhelan su felicidad, la pregunta acerca de qué sea el hombre es de vital importancia para la felicidad.
Hemos visto en sesiones anteriores que el hombre está constituido por un cuerpo, pero ese cuerpo es vivificado o actualizado por un alma que, a diferencia de la del resto de los seres vivos, no es tan sólo la forma de un cuerpo, sino que es un alma subsistente por sí misma y, por lo tanto, inmortal. Esta alma de carácter espiritual es la causa por la cual podemos ejercer operaciones inmateriales tales como el entender, como se vio en las sesiones acerca del alma y del entendimiento. Partiendo de esa base, de que al hombre se lo puede definir por esta alma espiritual, es que Tomás, siguiendo a Aristóteles, concuerda en que “la felicidad consiste en la más perfecta operación de la más perfecta de las facultades”. Si lo que define al hombre es su alma intelectiva, y de ésta emana la facultad del entendimiento, Aristóteles concluye que la plenitud humana debe consistir en un acto de la “facultad más perfecta”, es decir, el entendimiento.
Lo que está en acto en el entendimiento es algo que de algún modo se posee. La felicidad, como lo dijimos anteriormente, debe consistir en la perfecta posesión de un bien querido por sí mismo, fuera del cual nada más se necesita. Esta posesión, es entonces de naturaleza intelectual. El bien supremo, y la felicidad por tanto, tienen consecuentemente este carácter intelectual.
Ahora bien, la perfecta posesión de este bien querido por sí mismo incluye el goce de ese bien. Pero el gozo no es lo mismo que el placer. El placer dice relación con el disfrute de un bien corpóreo, y el goce, se corresponde con el disfrute de un bien espiritual. No es lo mismo, por ejemplo, comer algo que nos gusta mucho que ser padre por primera vez o ver a un hijo graduarse o graduarse uno mismo de la universidad. Y como el hombre no se define únicamente por ser un cuerpo, sino que por su espíritu, que es de donde emana la facultad del entendimiento, no pueden ser los placeres corpóreos, por muy intensos y frecuentes que sean, el bien supremo del hombre. Ha de consistir en el goce de un bien espiritual. Toda apetencia, nos recuerda Santo Tomás, está ordenada al deleite del bien que se apetece, pero no hay goce si no hay posesión. Pero todo el hombre está ordenado, como se vio en la sesión Nº 6, a que operen las facultades superiores. Y de ellas, el entendimiento y la voluntad, el entendimiento es más perfecto. Por lo tanto, todas las apetencias están ordenadas al goce o deleite del entendimiento. Santo Tomás agrega aún más argumentos para mostrar cómo la felicidad plena no puede estar en el deleite de los placeres corpóreos (comida, bebida, placeres carnales, comodidades). Argumenta que estos placeres son de índole finita, duran un tiempo determinado y luego se acaban, y por lo tanto, siempre se está en continua apetencia de más placeres. Además, a medida que se viven más placeres carnales, la capacidad de deleite va necesariamente disminuyendo por saturación. Es imposible que se encuentre la plenitud en este tipo de bienes, que sin ser malos en sí mismos, no pueden significar en sí mismos la plenitud humana. El bien supremo, para ser verdaderamente el fin último de la existencia humana, ha de consistir en la posesión de un bien de naturaleza inmaterial, que trascienda al tiempo, y por eso debe consistir en un bien intelectual. En esto, concuerdan, entre otros, Platón, Aristóteles, San Agustín y Santo Tomás: la actividad más perfecta del hombre es la contemplación. Esto no es meramente el estudio o la lectura, como podría interpretarse al decir que la felicidad es un goce intelectual. La contemplación dice relación con el goce que se experimenta al reflexionar una y otra vez acerca de algo que se entiende. Pero este deleite de tipo intelectual aumenta en la medida en que el objeto contemplado es más perfecto. Podemos contemplar a un gato o a un árbol o un paisaje, pero el goce es mayor cuando se contempla a una persona humana, pues es lo más perfecto en la naturaleza: hay más que entender en ella que en cualquier otra cosa existente en el cosmos. Y también se extiende esto al arte, cuyo fin último es que los hombres contemplen la belleza de la obra del artista, que está referida necesariamente a todo lo que existe. Cuando el hombre contempla, es capaz de maravillarse de todo cuanto es, y en la medida en que aumenta la perfección del ser contemplado, aumenta el goce de la contemplación. Y esto, que puede parecer algo extraño o poco frecuente, no lo es tanto si lo contrastamos con la realidad. Para comprobarlo, y a modo de ejemplo, hace falta tan sólo ver a una madre con su hijo en brazos y observarla con qué goce lo contempla. Aparentemente podría estar tan sólo teniendo a su hijo en brazos; pero está efectuando con plenitud el acto intelectual de la contemplación, y es feliz sencillamente por el hecho de que el hijo exista y sea quién es.

4. La felicidad humana sólo es posible a través del amor.
Esto se toca con el tema del amor. Sólo puede amarse lo que previamente se conoce. Y en la medida en que se va conociendo al “objeto” (en la medida en que va apareciendo al entendimiento humano la bondad del ser contemplado) se lo va amando más. Pero la mayor o menor bondad y belleza de un ente depende de su perfección. Así, todo el cosmos es contemplable, pero más lo será aquello que sea lo más perfecto y, como hemos mencionado, lo más perfecto en la naturaleza es el hombre. Por eso los hombres necesitan no tan sólo la mera presencia de otras personas para poder ser felices, sino que es necesario también que las ame, para poder ser capaz de contemplarlas.
Pareciera también que la contemplación se opone a la acción. Pero la experiencia de todos indica lo contrario. No tan sólo se puede contemplar estando quieto y no haciendo ninguna actividad aparente. Para contemplar sólo hace falta que el objeto de la contemplación esté en la mente de la persona, entendida toda su bondad y belleza. En el padre o madre que trabaja y se sacrifica por su familia, o en aquél que obra en vistas del bien de un amigo, está también de algún modo presente en su entendimiento la persona que ama y que lo mueve a obrar. Cuando se ama, todas las obras que se hacen, por arduas que sean, adquieren sentido, porque el fin último es contemplar la felicidad de los seres que ama. Eso produce el entendimiento y la consecuente contemplación de que la propia vida no es inútil, porque sirve para otras personas. El amor de otros es la forma más humana del valor de la propia existencia. Lo que mueve a la madre a esmerarse en cocinar algo bueno para el hijo no es tanto el goce de mezclar ingredientes como el ver posteriormente a su hijo, que ama, deleitándose con lo que ella hizo. Posiblemente el que trabaja arduamente no consiga tanto goce en su labor misma que hace, pero lo puede hacer con agrado de todos modos, porque puede contemplar anticipadamente el bien que podrá hacer a los que ama con el fruto de su trabajo. Una persona que actúa egoístamente, es decir, movida únicamente por su propio interés, quedará subutilizada, porque consta de un sin fin de potencialidades que sólo en el servicio a otros se pueden ocupar en plenitud.
La experiencia comprueba que muchas veces las personas hacen por otros lo que nunca harían por ellos mismos.
El sentido de la vida de cada persona, entonces, que tiene que ver con su proyecto personal, adquiere su dimensión propia en la medida en que se vive una vida orientada hacia el amor de sus semejantes. Cada persona puede y debe construir su propio proyecto personal, con la condición que tenga como fundamento último la donación de la propia vida.
Y en este sentido, las personas se hacen felices por distintos caminos. Pero el contenido de aquella felicidad o plenitud que anhela alcanzar según su propio camino, consiste en lo mismo para todos: la contemplación de las personas que se ama. La experiencia cotidiana confirma que en la entrega de sí mismo por amor verdadero a otros (aunque esto implique grandes sacrificios) el ser humano encuentra una alegría íntima, que ningún bien particular de este mundo le puede otorgar.
Dicho a la inversa, todos los bienes de este mundo reunidos no pueden dar al hombre ni una sombra del gozo íntimo que significa el poder servir a otros con amor desinteresado. En esta entrega se encuentra una plenitud de sentido que no nos la puede dar la satisfacción de ninguna necesidad.
¿Son los seres queridos, entonces, aquel bien supremo que es querido por sí mismo y que aquieta completamente los anhelos humanos? A la felicidad humana no se puede acceder de otro modo que no sea este. Pero esto es distinto a decir que las personas que se aman sean el bien supremo del hombre. La persona humana está esencialmente abierta al infinito, porque es inherente a ella el anhelo de conocimiento de todo lo que les rodea y de todo lo posiblemente existente. Pero todas las cosas que conoce son seres finitos: tarde o temprano, mueren, y tampoco tienen toda la perfección a la que está abierto el ser humano. Por muy perfecta, conocida y amada que sea una persona, no puede, por ella misma, satisfacer todo el anhelo del hombre. Todo ser es limitado, y por lo tanto, no puede satisfacer la facultad humana del entendimiento, que se define precisamente por estar abierta al bien y la verdad universal. Siempre habría algo por conocer, alguna persona a quien amar o por quien ser amado. En consecuencia, los anhelos de la persona humana sólo pueden quedar saciados en la donación y contemplación de un ser que tenga todas las perfecciones, fuera del cual nada faltaría. Y ese es Dios. Todas las cosas que existen tienen sus perfecciones propias porque participan de la perfección del Ser Absoluto, fuera del cual nada hay ni podría haber.
El fin último del hombre, que es el Bien Supremo, debe poder dar cumplida satisfacción a todos los deseos humanos, pues fuera de él ya nada se puede desear. Pero, como dice Tomás, “eso en esta vida es imposible. Pues cuando más entiende (y contempla) el hombre, tanto más se despierta en él el deseo de saber. Cuando algo es más querido y deseado, tanto más dolor y tristeza produce su pérdida. Lo que más se desea y ama es la felicidad, por lo que su pérdida produce la mayor tristeza. Pero si en esta vida se consiguiera el último fin del hombre, con seguridad se le perdería, al menos por la muerte”.
Pongamos nuestra motivación donde la pongamos, y busquemos los fines que sean, siempre, al menos, estará ante nosotros la presencia de la muerte, que pone fin al goce del bien amado, o de la posible felicidad. Toda vida plena que se pudiese alcanzar queda determinada por el tiempo.
Cualquier dicha necesariamente se acaba con la muerte; de hecho, la perspectiva del paso del tiempo parece que puede disminuir cualquier felicidad de este mundo. El futuro mueve a angustia, por que no se sabe si el bien que se posee seguirá estando presente en la vida y por lo tanto seguirá haciendo feliz la existencia. El momento presente, por feliz que sea, siempre es limitado. Por eso es que muchos definen la felicidad como un estado que se da sólo por momentos. En esta vida, el anhelo de plenitud del hombre siempre se ve coartado por la temporalidad inherente a la vida humana, que termina con la muerte. Con los connaturales dolores y sufrimientos que conlleva la vida, ciertamente es posible decir que se es feliz o, en el ocaso de la propia existencia, que se tuvo una vida feliz. Pero el descanso en el bien supremo y que, por lo tanto no perece, no se puede conseguir en esta vida.
Ante esto, la existencia de Dios se hace necesaria. Pero no en el sentido de que el hombre “tenga que crear a Dios” o a un Ser Supremo para poder ser feliz porque le hace falta -como lo afirman algunos filósofos-; sino que, por estar el hombre abierto al infinito, necesariamente ha de consistir su plenitud en la contemplación y donación a un ser también infinito. Esto es lo que explica la existencia de todas las religiones: el anhelo de poder contemplar lo Absoluto o Aquél por el cual todas las cosas existen.
A estas alturas, podemos decir con G. K. Chesterton que "sólo hay un propósito en esta vida y es éste un propósito que está más allá de esta vida”.
Anexo.
Glosario:
Fin: es el bien perseguido, que opera a modo de principio ordenador de los actos.
Medio: Son los actos concretos que se realizan en vistas de alcanzar un fin determinado.
Bien: Aquello que perfecciona a la naturaleza, y en vistas de lo cual se obra.
Bien Supremo: Es el bien querido absolutamente por sí mismo, fuera del cual nada más se necesita.
Felicidad: Es la complacencia en la posesión del bien supremo.

monajuridica © 2008 Por *Templates para Você*